José Manuel Álvarez Sánchez, la percepción de los sentidos
José Manuel Álvarez Sánchez penetra en la oscuridad de los sentidos para ver la luz que le abre la puerta a las percepciones y emociones. Con un gran dominio del dibujo, detalla sus personajes, desde monjes budistas, la madre Teresa de Calcuta o bien árabes del zoco; interesando también por seres occidentales, turistas en emplazamientos orientales, paisajes inventados, otros reales, existentes, sensuales.
Su búsqueda de la sensualidad exterior e interior es una constante, dado que emplea colores sutiles, evocadores, sensibles, en los que se amalgama el sentido de los elementos que conforman la vida desde el punto de vista de quienes son, ante todo, vivenciales, empleando los sentidos, la sensibilidad y el mirar más allá de la materia.
En efecto su realismo no es matérico, no se identifica con la estructuración de lo concreto, sino que evoluciona mucho más lejos de la formulación externa de personajes, paisajes, naturalezas muertas, construcciones urbanas, seres espirituales en un mundo de tierras y ocres.
Viaja a través del interior de las cosas, se decanta por ensimismarse por los oropeles, por los halos mágicos que son despedidos por los iniciados para que seamos los que encontremos los caminos de la luz interior.
Es un buscador constante, un artista pintor que emplea el detalle para describir una composición, pero, a continuación, utiliza el color para evocar la sensibilidad de aquello que ha sido objeto de su atención, para que empecemos a soñar, a elaborar perfumes a partir de sustancias cromáticas, para que viajemos sin viajar, a través de sus colores, de sus composiciones específicas, que están determinadas por la luz.
El color, en la obra de José Manuel Álvarez, es luz, porque ilumina el negro, da sentido a los tonos oscuros, se orienta a través de callejuelas y plazas de sabor antiguo, evocando un pasado reciente que hoy ya no existe, pero que aún está ahí, ardiendo en sus rescoldos. No sino que evoca parte del mismo desde una perspectiva actual, para que nuestros sentidos no abandonen la verdadera sustancia de la idiosincrasia de la evolución.
Es partidario de la transformación evolutiva, porque la contempla como una consecuencia inevitable del paso del tiempo. Pero se trata de una evolución amable, sensible, evidente, que no pierde eficacia, porque, en realidad, lo que verdaderamente le atrapa son los tiempos interiores, las sensaciones espirituales que emanan de las cosas y los seres humanos, porque considera que todo forma parte de una misma unidad, que despide energía, que se modifica con el tiempo, que tiene vida propia, que no es perenne, porque la propia sustancia energética tampoco lo es.Joan Lluís Montané